La conciencia quizás no sea lo que creemos
Solemos reservar la palabra conciencia para los humanos — y a veces para los animales superiores, si estamos de buen humor. Y cuando un filósofo o un biólogo se atreve a decir que un ser tan simple como una ameba podría, tal vez, poseer una forma de conciencia, se expone a una ceja levantada… o incluso a una sospecha de misticismo.
¿Cómo? ¿Una ameba? ¿Esa bolsita gelatinosa unicelular?
Pero vayamos despacio.
¿Conciencia sin neuronas? ¿Imposible, de verdad?
Nos han enseñado que la conciencia, al igual que el pensamiento, reside en el cerebro. Más concretamente: en las neuronas, en sus conexiones, sus redes, sus dinámicas.
Pero la ameba:
- es unicelular,
- no tiene neuronas,
- ni siquiera tiene tejidos, en realidad.
Entonces: ¿sin conciencia, verdad?
Como si se tratara de un problema de infraestructura: “Sin cables, no hay señal.”
Pero esa afirmación se basa en una hipótesis implícita: que la conciencia requiere un sistema nervioso.
Y esa hipótesis, por muy difundida que esté, no está demostrada.
Sería como decir: “La ameba no tiene boca, por lo tanto no come.”
Y sin embargo… come perfectamente. A su manera.
¿Actuar para vivir sin saber que se está vivo?
Planteemos la pregunta de otra forma:
¿Se puede actuar para preservar la propia existencia sin tener, al menos de forma elemental, cierta conciencia de que esa existencia está en juego?
Porque la ameba:
- percibe gradientes químicos,
- se mueve hacia lo que la alimenta,
- huye de lo que la amenaza,
- adapta sus movimientos según la situación.
No se limita a reaccionar: actúa para vivir.
Y eso supone una forma de diferenciación entre lo que la afecta y lo que no. Una polaridad vital.
Aunque no piense “soy una ameba”,
experimenta el mundo en función de lo que la afecta.
¿Y si ahí estuviera precisamente la raíz de la conciencia: ser afectado, en tanto que uno mismo?
“Proto-conciencia”: ¿invento prudente o reconocimiento legítimo?
Los filósofos y científicos que no se atreven a decir “sí, eso es conciencia”, inventan expresiones como:
- proto-conciencia,
- conciencia mínima,
- experiencia fenomenal primaria…
Abren la puerta, pero se quedan en el umbral.
No sea que el ser humano se descubra de pronto menos solo de lo que pensaba, en lo que creía ser su reino exclusivo.
Pero seamos honestos:
Si definimos la conciencia no como la capacidad de razonar o contarse historias, sino como la capacidad de experimentar el mundo como portador de diferencias vitales — lo que favorece o amenaza mi mantenimiento —
entonces la ameba posee una forma de ella.
No por metáfora, ni por indulgencia.
Sino por estructura.
¿Y entonces, qué queda de nuestra superioridad?
Esta idea no resulta cómoda.
Porque si la conciencia no es una cima sino una base — si está compartida con organismos sin cerebro —
entonces ya no somos los únicos que estamos “aquí.”
Simplemente somos más complejos, más reflexivos, más narrativos — pero no más vivos, ni necesariamente más presentes en el mundo.
Y tal vez, en lugar de buscar la conciencia en las capas más altas, habría que buscarla en los pliegues más profundos de la vida misma.
Conclusión provisoria
La ameba no reflexiona.
No habla.
Ni siquiera sabe que va a morir.
Pero hace todo lo posible para que eso no ocurra.
Y eso tal vez baste para decir que, de algún modo,
sabe que está aquí.
