¿Son las inteligencias artificiales realmente inteligentes, o se trata de un simple antropomorfismo, similar al que usamos cuando decimos que un coche «no quiere arrancar» o que «el tiempo no parece decidido a mejorar»?
El término «inteligencia» sigue siendo difuso y, sobre todo, profundamente polisémico. Tendemos a definirlo a partir de nuestro propio funcionamiento mental, como si la forma humana de inteligencia fuera la única expresión posible. Pero, ¿es realmente así?
En este artículo, propongo considerar la inteligencia distinguiéndola tanto del azar como de la ingeniería. Para ello, me basaré en una comparación deliberadamente provocadora: entre un artefacto moderno, como un robot aspirador o un misil, y una forma de vida elemental, como la ameba.
El robot doméstico tipo Roomba, por ejemplo, se mueve sin una estrategia real. Rebota contra las paredes siguiendo trayectorias preprogramadas, a veces con un toque de aleatoriedad.
Sus movimientos son ineficientes: pasa varias veces por el mismo sitio, no por elección, sino porque carece de una representación interna del espacio, de un objetivo propio y, por tanto, de una estrategia auténtica para alcanzarlo. Funciona, pero no comprende lo que hace.
Su meta le es impuesta. Aunque parezca «decidir», solo sigue instrucciones codificadas de antemano, con un margen de ajuste limitado. Su comportamiento es teleológico, sí, pero por delegación.
Y ahora, comparemos esto con una forma de vida tan elemental como una ameba.
La ameba es un ser unicelular, sin cerebro, sin sistema nervioso, sin programa externo. Sin embargo, se mueve por su entorno buscando activamente alimento. Es capaz de detectar gradientes químicos dejados por otros organismos y orientarse hacia ellos. Cuando encuentra un obstáculo o una sustancia tóxica, modifica su trayectoria.
Su comportamiento es exploratorio, adaptativo, orientado por un sentido. Este sentido no es simbólico ni consciente, sino biológico. La ameba actúa así porque está viva, y todo lo que hace contribuye, directa o indirectamente, a mantener esa vida. Quizá no «sabe» que existe, pero actúa como si existir fuera su prioridad absoluta.
El misil «sabe» adónde va, pero no por qué. La ameba, en cambio, no «sabe» adónde va, pero va para vivir.
Podría pensarse que las inteligencias artificiales modernas ocupan un lugar intermedio entre el misil y la ameba. Aprenden, se adaptan, corrigen sus errores. Algunas son capaces de generar textos, anticipar movimientos de un jugador en un juego o detectar anomalías en imágenes médicas mejor que humanos entrenados.
Su comportamiento a menudo supera lo que habíamos programado explícitamente. A veces, parecen sorprendentemente creativas.
Pero, ¿debemos considerarlas inteligentes en el mismo sentido que un organismo vivo? No tan rápido.
Porque aquí persiste una diferencia esencial: el origen del propósito. Una IA, por muy sofisticada que sea, no tiene una finalidad propia. Actúa según objetivos fijados externamente: maximizar una puntuación, minimizar un error, predecir correctamente, generar contenido plausible.
Incluso cuando aprende por sí misma, lo hace dentro de un marco definido por reglas, restricciones y una función de recompensa. No inventa por qué actúa; perfecciona cómo.
Aquí es donde la distinción se vuelve clara. La IA, como el misil, persigue un objetivo que otros han elegido por ella. Puede cambiarlo si se lo ordenan. Puede refinarlo si se le dan los criterios. Pero nunca se cuestiona el sentido de ese objetivo. La IA no busca seguir existiendo, no siente ausencia si su tarea se interrumpe, no lucha por perseverar.
La ameba, en cambio, no tiene lenguaje, ni memoria consciente, ni capacidad de generalizar. Pero todo lo que hace, lo hace para vivir. No hay un objetivo programado: hay una orientación fundamental hacia el mantenimiento de sí misma. Esto es lo que hace que sus comportamientos, por rudimentarios que sean, sean profundamente significativos.
La IA, por su parte, actúa como si comprendiera. Produce resultados, a veces impresionantes, a veces inquietantes, pero sin que eso le cueste ni le reporte nada.
La IA no tiene piel en el juego.
